martes, 2 de septiembre de 2008

15-11-78

Subimos con Chesús y Modesto a la montaña cuando apenas despuntaba el alba. Atrás dejamos el pequeño pueblo de Boira, con sus gentes aún dormidas, cubiertas por la fría y densa manta, de niebla invernal.
El cementerio se encontraba apartado y en un sorprendente estado de dejadez. Las oxidadas puertas de acceso estaban abiertas, y todo el recinto demostraba que hacía mucho tiempo que nadie iba allí a honrar a sus muertos.
Pese a ser ellos los que habían insistido en la tétrica excursión, mis compañeros se sentían incómodos en aquél lugar, buscaban con nerviosismo algo que no habían atinado a explicarme previamente en el pueblo. Los dejé tranquilos mientras me paseaba por el camposanto guiado por mi curiosidad innata de estudioso.
Me encontraba algo alejado de ellos cuando Chesús sacó una pala y comenzó a cavar. Me acerqué alarmado, viendo que estaban en una zona donde la tierra se mostraba recién removida y sin una brizna de hierba. Mi instinto me hizo guardar silencio hasta que la pala restalló con un sonido metálico. Habíamos alcanzado nuestro objetivo. Chesús ató con manos diestras cuerdas alrededor del féretro, que izamos entre los tres con gran esfuerzo.
Con la frente perlada de sudor, pude ver la caja. Aquél no era un ataúd que se viera habitualmente en España, ya que ese tipo de arte funerario provenía de Europa oriental. Féretros metálicos, profusamente labrados y sellados con estaño, para permitir la conservación casi incorrupta del finado, durante un tiempo más prolongado del habitual. Un hallazgo histórico sorprendente que me encantaría estudiar.
Fue Modesto quien levantó la tapa.

El cadáver que allí descansaba se mostraba fresco y rosado en comparación con aquel mohoso catafalco. Tras la sorpresa inicial, mi mente racional no tardó en responder: El finado debía de haber recibido la sepultura poco tiempo atrás, pero su ataúd… Obviamente, era de segunda mano. Algún aldeano de humilde origen, que dadas las circunstancias…
-¡Para esto hemos venido aquí! – Interrumpió Modesto en mis pensamientos – Nos gustaría ver si es capaz de explicar cómo un hombre que lleva treinta años en este cementerio, muestra este aspecto
-Pero… Esto debe ser una broma. ¡Por el amor de Dios! ¡Lo que estás insinuando es imposible! Además yo soy antropólogo, no forense.
-Entonces, ¿qué tal si aplica sus conocimientos de licenciado “rarito” para arrojar algo de luz al asunto?

La expresión de sus caras dejaba claro que aquello iba en serio. Sobreponiéndome al intenso pavor y desprecio que me provocaba, me dispuse a llegar al fondo de aquel misterio. Prometiéndome que al final todo tendría alguna explicación perfectamente lógica, toqué al difunto en los brazos. La carne era flexible, y parecía que los síntomas de descomposición natural aún no habían hecho acto de presencia. Un hedor repugnante emanaba aquél ser pese a su extraordinario estado de conservación. Temblando como una hoja, recordé haber leído a menudo que, durante todo el S.XVIII, se llegaba a enterrar a la gente viva provocando que éstos se ahogaran dentro del ataúd, causándole hemorragias internas y diarreas antes de sus estertores finales. Ante tan bella posibilidad informé a Modesto de que debía de estar confundiendo a esa persona, pues era imposible que llevara más de una semana muerta.
Inspeccioné las manos del cadáver en busca de sangre o de cualquier prueba visible de que hubieran sido usadas para abrir el ataúd desde dentro, pero lo que me encontré bajo las uñas fue tierra, muy parecida a la que cubría la tumba.


Aquello terminó de desconcertarme, fui incapaz poder dar algún tipo de conclusión convincente. No era un médico, no podría explicar por qué aquél cuerpo se mantenía así. Era antinatural y sobrecogedor, como… Como si…
Una luz se hizo en mi mente durante un breve instante. Aunque deseché la idea de inmediato, mi instinto más primitivo hizo que un sudor frió resbalase por mi frente y que mis piernas no me sostuvieran durante unos segundos. Un ser que había poblado mis fantasías de adolescencia y mis primeros años de estudio. Un mito fascinante al que busqué durante años a través de los libros, en distintas civilizaciones y países, en pos de la realidad tras la leyenda. Un sueño terrible hecho realidad frente a mí, agarrándome con su mano helada por mi nuca. Un vampiro.
Imposible. Se estaría deshaciendo como una pastilla efervescente en un vaso de agua, bajo los débiles rayos de sol. Pero también es cierto que, aunque mermara en gran medida sus energías, los vampiros del folclore, y no los creados por la industria de los sueños, no sufrían ningún daño ante la luz del día.
Miré a mis amigos que esperaban algún tipo explicación, y mi garganta no emitió ningún sonido pese a que abrí la boca para hablar. Instintivamente me santigüé y me aparté de aquél maldito cadáver.
Aquello al parecer sólo sirvió para confirmarles lo que ya sospechaban. Chesús se agachó y sacó una afilada estaca y una maza del macuto que transportaba.
Sabía lo que iba a hacer, y aunque pensé que tenía que hacer algo para impedir aquella salvajada, el temblor de mis piernas me impidió dar ni un paso.
Modesto sujetó la estaca contra el lado izquierdo del pecho del cadáver. Chesús levantó la maza.
Aquello estaba mal.
Pero no mal por ensartar a un cadáver que no conocíamos de nada, que se mostraba sorprendentemente incorrupto. No.
Lo que estaba mal era pretender llegar al corazón con la estaca a través de la caja torácica, porque probablemente acertaría a una de las costillas. Otro mito inculcado por Hollywood.
Intenté avisar, pero fue tarde. Mis pronósticos se vieron cumplidos con Chesús que resbaló junto con la estaca, cayendo sobre el cuerpo.
Todo ocurrió muy rápido.
Aquel ser abrió los ojos e instintivamente se protegió. Agarró por el cuello a Chesús alzándolo como si de papel se tratara. Le asestó una dentellada en el cuello, girándolo con tal violencia que el crujido de sus huesos al romperse fue perfectamente audible para todos.
Huimos como alma que lleva el diablo, rezando para que aquella criatura no tuviera fuerzas suficientes para seguirnos. Llorando con rabia por nuestro compañero caído.


Ahora escribo este testimonio de pesadilla, asustado pero ya en casa. Ana ha preparado las maletas sin discusión, y Óscar duerme plácidamente en el asiento trasero del coche. Su hermana está en Huesca pasando el fin de semana con unas amigas, por lo que iremos a recogerla de camino a Zaragoza.
Debí de haber recordado, todas aquellas advertencias, cuentos de viejas, supersticiones que tantas veces me han deleitado con su lectura… Pero, ¿quién iba a pensar, que tenían un fundamento? ¡Que los vampiros realmente existen!
Espero que me sirvan ahora, en el momento de la huida, porque si mis conocimientos no me fallan, aquél ser, vendrá a vengarse. Vendrá a por mí.
Por favor, Buen Dios, protege a mi familia.
Y apiádate de nuestras almas.

0 comentarios: