jueves, 25 de septiembre de 2008

Hacía años que el Sr. Rodríguez dormía separado de su mujer. La noche en que murió estaba en la habitación de al lado y, consecuentemente, no encontró el cadaver hasta el día siguiente.

La Sra. Rodriguez sufría de unos extraños ataques epilépticosque la sumían en un estado de coma durante horas. La ley, preveyendo esto, estipulaba que los cadaveres debían permanecer velados 24 horas. Así que el Sr. Rodriguez tuvo que pasar todo el día con ella. Al Sr. Rodriguez no le agradaba mucho su mujer viva, así que podéis suponer lo que le agradaría tenerla muerta en la habitación contigua; sin embargo, ayudaba el hecho de que no era un hombre supersticioso ni nunca había tenido miedo de la muerte.

A medianoche, como viene siendo habitual en estas historias, el Sr. Rodríguez tuvo una repentina curiosidad y fue a visitar el cadaver. Abrió despacio la puerta rechinante, recordando que debía engrasarla al día siguiente, y asomó lentamente su calva cabeza. El cuerpo de su esposa reposaba tranquilamente en la cama de matrimonio que antiguamente compartían. Las blancas manos apoyadas en el pecho y el camisón-mortaja le daban un cierto aire literario. En su gordo anillo de casada reposaba una extraña mosca verde, escena que recordaba de algún sitio.

La mujer del Sr. Rodriguez siempre había gustado de tener un espejo grande en la habitación, ella decía que para cuidar su imagen desde la mañana. El Sr. Rodríguez tuvo un impulso y se acercó, asomándose al espejo. Sus lentos movimientos le respondieron en el espejo. Por alguna razón, le parecía extraño verse reflejado en un espejo en la oscuridad de la noche. Esperaba que, en cualquier momento, el cadaver de su esposa se moviera reflejado en el espejo, pero por alguna razón, no lo hizo. La mosca, sin embargo, sí levantó el vuelo, desplazándose por la habitación.

El Sr. Rodriguez despertó de su ensimismamiento y volvió a su habitación.Al contrario de lo que se podía esperar, tuvo una noche tranquila y sin pesadillas. El cuerpo fue levantado y enterrado aquel mismo día y la vida siguió. El Sr. Rodriguez desayunó, leyó el periódico y cenó con su elegante batín en el comedor.

Y llegó la noche. De nuevo, se sintió atraído por aquel espejo y decidió llevarlo a su propia habitación. No podía pasar la noche en la misma habitación donde había dormido un cadaver, así que lo colocó junto a su cama y se sentó al borde de la misma. Aún tenía luz y su reflejo no le parecía extraño; no comprobó, pues, la veracidad de éste con absurdos movimientos. Pero estuvo un buen rato simplemente sentado frente a él. Cuando pareció despertar de nuevo, apagó la luz y se fue a dormir. Despertó a medianoche y miró de reojo al espejo. El espejo le devolvió la mirada. Giró todo su cuerpo y se puso de cara a él. La imagen difuminada de su superficie le daba cierto respeto: era como una especie de versión borrosa de sí mismo. Le aterrorizó de repente que aquella figura tuviera una completa autonomía sobre sí. Quiso destrozar el espejo a golpes, pero como era un hombre de ciencia, se quitó la idea de la cabeza, se volvió e intentó dormir de nuevo. Al momento, notó que algo le miraba por detrás. Era ridículo, por supuesto. Se echó la manta por la cabeza y suspiró para sentir algún sonido en el ambiente. Empezó a pensar en su difunta mujer y en porqué demonios había querido un espejo en su habitación. Empezó a cavilar absurdas leyendas, de mujeres brujas que se casan con mortales y les sorben el alma. Rió entre dientes.

Intentó dormir de verdad, pero no lo consiguió. Notaba dos ojos como dos ascuas rojas e incandescentes en su nuca. Finalmente, giró su cabeza cuidadosamente y miró al espejo. La cabeza sobresaliente entre las mantas le recordaba una calavera. Con sus profundas ojeras, los rasgos difuminados y una extraña sonrisa que él no recordaba haber puesto; fue sólo un momento. De pronto, la sonrisa desapareció. Pensó que sería mejor enfrentarse al espejo, en todos los sentidos, pues de esta manera, hacía sentir lo absurdo de sus pensamiento. De todas formas, no le agradaba verse tumbado en una cama desde un costado. Le recordaba a aquellas figuras que reposan sobre las lápidas de los reyes, imitando a éstos. Miró fijamente al espejo con desafío, y éste se lo devolvió. No osó hacer ningún movimiento diferente al del señor. Éste rió. ¿Era él el señor? Entonces se le pasó por la cabeza, ¿ qué le hacía pensar que el otro no tenía control y era el mero imitador? Qué estupidez, claro. Él era de carne y el otro sólo una superficie de cristal pulido. Pero aún así, se estremeció. Le hizo una mueca al espejo y éste pareció vacilar al responderle, según le pareció ver al Sr. Rodriguez. Un insecto amarillo se había posado en su pierna. Lo miró bien. No. No era amarillo. Era la mosca verde del día anterior. ¿Pudiera ser? Pudiera ser que se hubiera salido justo mientras él abría la puerta para transladar el espejo. Pudiera ser que se hubiera quedado pegado, atrapado al espejo como él mismo. El Sr. Rodríguez decidió reírse de todo aquello y, levantándose, empezó a bailotear, haciendo giros por la habitación frente al espejo; no parecía él. Entre giro y giro, empezó a preguntarse porqué un hombre de ciencia como él empezó a tener estos pensamientos, como si por un momento hubiera recuperado el control de sus pensamientos. La imagen del hombre danzante del espejo parecía más grande a cada movimiento, como si el Sr. Rodríguez le diera vida. O quizá sólo eran las ligeras sombras proyectadas por la vela, cambiantes cada vez.

El Sr.Rodríguez parecía incapaz de dejar de bailar, se sentía como un triste muñeco dentro de un caparazón de madera. Empezó a entender como se sentía la imagen de su espejo. Una vez, hacía tiempo, un amigo alemán le había hablado del “doppelganger” mientras tomaban cerveza en una taberna. El “dopplenganger” era el término alemán para designar al doble humano.

Estos pensamientos giraban y giraban en su cabeza mientras él y su imagen hacían lo propio. No entendía lo que le llevaba a bailar frente a un espejo a medianoche como un lunático. Realmente, no parecía él. Por fin, su mente pareció reinstalarse en su cuerpo, tomó dominio de sí mismo y se sentó. La mosca voló por toda su habitación, cayendo y remontando el vuelo con un sonido que llenaba el silencioso dormitorio. El Sr. Rodriguez la siguió con la mirada y, en un instante, ésta se posó sobre su dedo; justo como había hecho el día anterior con su mujer. Al Sr.Rodríguez le dio por temblar, y miró al espejo con miedo. Pero allí no había nada, o al menos no se encontró con lo que esperaba. En principio. El Sr. Rodríguez abrió la boca desmesuradamente y ahogó un grito de terror. ¿O acaso se trató de su reflejo?


Al día siguiente, la doncella tuvo que llamar a la habitación del señor, pues era muy tarde y no daba señales de haberse despertado aún. Cuando entró, lo encontró sentado plácidamente en el sofá y tan educado como siempre. Quizá con un brillo extraño en los ojos y un poco ausente. Y a su lado, el espjo reflejaba una especie de versión de sí mismo con un cierto semblante desesperado, como del que se encuentra encerrado.

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